«Recuerdo muy buenos momentos leyendo a Fernando Fonseca»
Enrique Vila-Matas
AUTOBIOGRAFÍA
Alguien dijo que la vida de todo individuo se reduce a dos fechas, las de nacimiento y muerte. Pues bien, esta es mi vida: nací en el año de mil novecientos nunca y me moriré en el dos mil tampoco.
Inesperadamente, en la lenta infancia (cuando cada año duraba lo mismo que un siglo y medio) me llegaron las avanzadillas de la literatura a modo de salvoconducto para poder ser sin tener que estar.
Antes que el sexo fueron la literatura y la duermevela, y en ésas hallé la magia de experimentar sensaciones inventadas, como un juego de trampantojo existencial inmerso en una realidad paralela. Hasta con los ojos cerrados…
Antes que la palabra fue el sueño. Enseguida comencé a dibujar mapas, inventar idiomas, imaginar mi propio orden romántico y alfabético, admirar biografías extranjeras —en mi país el concepto del tiempo solo invitaba a consabidos adverbios de nostalgias patrióticas y pasodobles—; inventé ciudades, regiones y países y les puse nombre, en los espejos hallé un doble que a veces me sonreía; incluso llegué a pensar que los demás me veían como un extranjero en medio de la mediocridad…
Antes que el sueño fue la locura. No dudé en identificarme peligrosamente con un personaje beckettiano, para terminar creyéndome un duplicado de Samuel Beckett. Así comenzó todo, despidiendo yo las irrealidades de la infancia a la vez que tarareaba sin compromiso los sones indiscernibles del silencio. Empecé a tener conciencia de que iba a escribir siempre. En fin, una alternativa a la existencia impuesta y biológica, no más. Ser sin tener que estar; eso es para mí la literatura. En todo caso, como dijo Nabokov, la mejor biografía de un escritor no es el relato de su vida sino la historia de su estilo.
Antes que la locura fue la esperanza.